Petra es una ciudad
imaginaria en mi memoria. No es Petra en Jordania, en el antiguo reino nabateo.
No es Petra, un magnífico cuento leído de Greg Bear hace veinte años. Es una
conjunción de todas esas referencias, un lugar mitológico y más antiguo que el
tiempo, que tiende hilos de comunicación hacia esta era, tan ocultos, que la
mayoría se pierde en la codificada vida moderna. Sin embargo, la distancia, si
bien degrada el mensaje, también produce ecos que hacen vibrar una instancia de
mi ser, una nunca definida que me obliga a caminar de vuelta a un núcleo
mítico, aquel del origen de la humanidad, el origen no biológico del alma,
hecho de material lunar y solar.
Viviendo entre Sarracenos es un poemario de la pluma de Connie
Tapia Monroy (1980), escritora radicada en Arica, capaz de conjurar Petra.
Desde ya la ilustración de portada de Verónica Torocahua nos enrostra el
completo olvido de la Era Mítica, del instante previo a la creación del Edén y
la Caída de la Humanidad. En el paisaje yermo solo nos encontramos con la
criatura cornada de cuerpo construido sobre la inocencia, pero conectado al
sexo. Una completa declaración de principios para el resto del contenido. Amé
absolutamente el único texto en prosa que abre el libro, magnetizado por una
voz profundamente femenina, erótica, nueva y antigua a la vez. Una voz que se
alza desde la tumba para una sola visita al caos y la orgía del mundo. Sus
pulsiones y ausencias de contacto humano son lo mejor del libro. En la parte de
verso, hay sólidas piezas como No Hay
Árboles Frente al mar, que bucea entre la marginalidad y deriva como la
basura de río y encalla en la ribera para tener sexo de barro y plástico rancio.
Y que se repite en Ciudad, cabalgando
el gusano de lata, atravesando las palabras yermas y cansadas. Centauro vuelve
al mito y nos presenta el odio y la redención. Fotografías de un Sol Oscurecido es un viaje a pie por los
escarpados acantilados de una canción, mientras que Fantasías fue un juego que me recordó a La Invención de Morel, de
Adolfo Bioy Casares. La lectura de Culto
de hongos lo transformó en el segundo mejor poema cyberpunk que he leído
después de Agrippa, de William Gibson y el libro se cierra con Pacto, un desarrollo sobre la negación.
Maru Delgado, la prologuista, dice de la autora que demuestra una salvaje
esencia. Salvaje y destilada, que en unas pocas líneas puede concentrar ese
veneno igualmente deseado y decadente. Aquí hay una voz potente y pétrea,
original. Una madurez que encanta en el sentido áureo, alquímico.
Fui
hace un tiempo a un par de conciertos de Lisa Gerrard y también sentí lo mismo
que al leer a Connie Tapia. Ese algo pre-helénico que llamaba y que recorrí en
sentido inverso dejando atrás la ausencia digital, el humo industrial, el
renacimiento y la brillante edad media, hasta alcanzar sus pies de hiedra en el
mundo antiguo europeo cuando aún no era Europa sino el germen de una idea, sino
Europa de Tiro aún deambulando el mundo de los mortales, imperecedero porque ya
pertenece a las raíces de la hierba. Imposible de moverme, solo fui espectador
al borde de las lágrimas. Yo fui pastor, yo fui pescador al borde del
Mediterráneo, yo fui un soldado en el ejército de Alejandro y me quedé en el
Valle del Indo para vivir en el misterio del Dharma. Petra es la palabra de
poder a ser conjurada por la lectura de este poemario, para morar en lo mítico,
Viviendo entre Sarracenos que nada
saben de cómo ser inmortales en la palabra.
Luis Saavedra Vargas (Santiago, Chile, 1971). Reconocido director
del fanzine: Fobos. Editor de Púlsares (2002-2004). Sus relatos están
publicados en: Fobos, TauZero, Axxon (Argentina). Antologado en “Años luz”
(2006); antología digital Schegge Di Futuro (Italia) y Dimension Latino
(Francia). Su cuento “Ol’fairies Bar” quedó finalista en el concurso Domingo
Santos 2005 (España). Miembro fundador del Grupo Poliedro, quienes han
publicado cinco antologías de Ciencia Ficción.
Actualmente, trabajan en Poliedro 6.
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