domingo, 5 de agosto de 2018

El imaginario solipsista del duelo de la carne propia

Fotografía de Diego AR

Presentación del libro “Viviendo Entre Sarracenos” de Connie Tapia Monroy

            El terror posee como pilar lo desconocido, aquello que resulta inalcanzable de asimilar a través de los sentidos. Por otro lado, la muerte, se conoce como la ausencia de vida, el estado inerte del cuerpo, sin embargo, resulta imposible de experimentar aquel estado y darlo a conocer, por tanto son solo conjeturas y significados que se alimentan de la filosofía, lo religioso o lo científico. Pese a aquello, la muerte mantiene ese lúgubre misterio, imaginario exquisito de simbologías, interpretaciones y representaciones que conforman un género que explota y trasciende en cada nervio humano. Lo siniestro de la muerte radica en su carácter absoluto.
            Si para Segismundo en La Vida es Sueño la dualidad del conflicto se basa en la libertad contra la predestinación, asociándose de igual manera, a las bases del solipsismo, es decir, bajo la premisa “solamente puedo asegurar que existo yo”, entendiendo “yo”, no como cuerpo sino como mente, esta mente comprende el mundo a través de si misma, ya que es la única realidad sentida, dado que resulta imposible conocer la realidad objetiva, en caso que esta fuera real, puesto que el mundo exterior es incognoscible, pudiendo incluso ser un juego del mismo yo o quizás del Genio Maligno, al que hacía mención Descartes. Si bien existen variantes del solipsismo, la idea común es esa. En caso, de Viviendo entre Sarracenos el conflicto dual radica en la vida y la muerte, conservando la esencia crítica del solipsismo.
            La voz poética de Connie Tapia inicia con el texto “Cuando el silencio se apoderó del cielo”, una prosa que desde su naturaleza oscura elabora un nocturno escenario lleno de dudas, a momentos, rabia, sensualidad y pánico. El silencio adquiere notoriedad como símbolo de la inercia a la cual se ve expuesta y asimila, cual sepulcro en medio de territorio yermo.
            Sarracenos es un término que utilizaba la primera cristiandad medieval para denominar de modo genérico a los árabes o musulmanes durante el período de Las Cruzadas en Medio Oriente entre 1095 y 1291 d. C. Posterior a ello, la palabra evolucionó, usándose para nombrar a todo pagano ajeno a la tradición judeocristiana. Considerando aquello, el libro nos sitúa en un plano de dualidades y devenir enfermizo, en donde la melancolía oprime los versos, y el romanticismo, como corriente artística, se materializa, pues lo imposible, la insatisfacción, la duda, la existencia, la libertad, la pasión, el amor, el infinito y lo absoluto, desarrollan una espiral de profunda soledad. Viviendo entre Sarracenos es el devenir de una heroína que convive y lucha contra todo aquello que conoció, sus propios significantes, una heroína que confronta su sentir y cuestiona en penumbras, ajena de todo.
            El duelo de la voz poética se reconoce en la colección de poemas que continua a la prosa primera, titulada Melodías Oscuras que contiene 27 poemas cargados de símbolos góticos, sexuales, profanos, nocturnos, judeocristianos. Las imágenes juegan de manera atemporal con el lector, mientras que el ser poético transmuta en confusión pura. A inicios, el cuestionamiento es rabioso, el estupor resulta como un trago de arena húmeda en la garganta, para devenir posteriormente en una agresividad contenida, eléctrica pero silenciosa, el ritmo es cortante, los versos parecen peldaños que descienden al inframundo. Ya abajo, en medio de sombras crepusculares, se aprecia a una voz poética desorganizada por el dolor, buscando formas de construir su propia mutilación. Finalmente, apelando de igual manera a la circularidad de Yeats, el último poema reorganiza a aquella voz perdida en anécdotas e imágenes oscuras, otorgándole sentido a lo absoluto. Bajo una construcción platónica, desde el punto de vista del libro Viviendo entre Sarracenos, para dejar el mundo de sueños y tinieblas, resulta necesario desistir de la materia, trascender, y alcanzar la nada, para luego volver en si.

Daniel Olcay Jeneral
Julio 2018, Arica

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