sábado, 3 de marzo de 2018

YONKION

Yonkion,  de Daniel Olcay Jeneral:
El amanecer del «ciberlumpen»

- por Dr. Manhunter


YONKION —entiéndase este concepto como la cruza bastarda e infame de: «yonki» (adicto), «junk» (basura) y «junkions» (que evoca a la raza de robots compuestos en su mayoría de chatarra y desechos tecnológicos de la serie animada de los 80’s: Los Transformers)—, es el “común denominador” que refleja el rumbo inminente que ha tomado la sociedad en el tercer mundo. La adicción a una tecnología violenta e invasiva; poblaciones que se saturan cada vez más de inmundicia; el avance de la medicina y la ciencia que no significan nada en comparación a la explotación laboral y del mísero sueldo que recibes a fin de mes; el crimen propagándose como el hongo en las paredes; las “tomas ilegales” de terreno que se expanden en los áridos cerros que cercan la ciudad, y frustrado, vas pateando con rabia; piedras, cráneos de perro y placas madre en el polvo eterno de nuestro desierto, mientras los grandes señores de las corporaciones miran con desprecio desde sus butacas cromadas. Desde lo más alto de un futuro distópico.

Al releer una y otra vez la obra de Daniel Olcay, a través de mis audífonos se reproduce aleatoriamente temas de MegaDrive y CyberCorpse, entre otras bandas de este género musical llamado; “retrofuturista”, e imagino la siguiente escena, algo cotidiana, en este vasto terruño de polvo y arena llamado: Norte de Chile.

»Cada domingo te diriges a la feria del agro con tu familia para abastecerte con lo básico de la semana. Mientras tu pareja te habla del aumento de “lanzazos” y “cogoteos”, y de cómo la pasta base cada vez condena a los jóvenes convirtiéndolos en zombis, tu hijo; conectado casi de forma umbilical a la tablet o computador personal, se envía constantemente links de descarga con sus amigos, preferentemente; música y pornografía, bajo la identidad de algún avatar nacido del cine o del comic. Como es costumbre, te das una vuelta por la “feria de las pulgas” para ver qué cachureos puedes encontrar: libros, herramientas, vinilos, vídeos cassetts, juguetes de antaño, ropa americana y prótesis de segunda mano; como caderas, extremidades y espinas dorsales, o cualquier tipo de tecnología a bajo costo. Cosas normales que tu “caserito o caserita” predilecta obtiene de los llamados: Recolectores Rojos. Si tienes suerte, por lo bajo, puedes encontrar el dato de alguien que haga trabajos de cirugía, ya sabes; implantes a la carta o modificaciones express, aunque la última vez no tuviste suerte, pues tu organismo no asimiló la prótesis biónica del antebrazo derecho, rechazándola a los pocos días. La fiebre y los estertores producidos por esta: mecha-infección (por decirlo de alguna manera), te lanzaron a la cama por más de una semana. Pero hace poco te dieron el dato que la caserita que se pone afuera del agro trae “merca” de la buena, de los sobrantes de hospitales… con suerte, de alguna marca tipo prime.

De esta forma, Olcay nos entrega —a través de un oxidado USB conectado directo a la médula—, cuatro potentes textos que nos muestran el fracaso como sociedad gracias al abuso de la tecnología, la que como un carcinoma, consume a paso acelerado cualquier vestigio de humanidad, con el fin de transformarnos en gigabytes, en simple “información” reutilizable para la demanda del mercado —entiéndase el cuerpo del ciudadano común y corriente como “materia prima” para el abastecimiento y requerimiento de las familias bien, de las ABC-1, esas que viven soberanas sobre la costra larga y angosta llamada; “patria”—, porque de palabras del propio autor, y como eslogan corporativo que profetiza un fin inminente para nosotros, o sea, los borregos carne de cañón, nos dice: «la materia no se crea ni destruye, se conserva». Así que, una vez aclarado esto, sumerjámonos de una vez por todas en la imaginería de Olcay, y déjese llevar por la máquina, los circuitos y la violencia. 

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