Yonkion, de Daniel Olcay Jeneral:
El amanecer
del «ciberlumpen»
- por Dr.
Manhunter
YONKION
—entiéndase este concepto como la cruza bastarda e infame de: «yonki» (adicto),
«junk» (basura) y «junkions» (que evoca a la raza de robots compuestos en su
mayoría de chatarra y desechos tecnológicos de la serie animada de los 80’s: Los
Transformers)—, es el “común denominador” que refleja el rumbo inminente que ha
tomado la sociedad en el tercer mundo. La adicción a una tecnología violenta e
invasiva; poblaciones que se saturan cada vez más de inmundicia; el avance de
la medicina y la ciencia que no significan nada en comparación a la explotación
laboral y del mísero sueldo que recibes a fin de mes; el crimen propagándose
como el hongo en las paredes; las “tomas ilegales” de terreno que se expanden
en los áridos cerros que cercan la ciudad, y frustrado, vas pateando con rabia;
piedras, cráneos de perro y placas madre en el polvo eterno de nuestro
desierto, mientras los grandes señores de las corporaciones miran con desprecio
desde sus butacas cromadas. Desde lo más alto de un futuro distópico.
Al
releer una y otra vez la obra de Daniel Olcay, a través de mis audífonos se
reproduce aleatoriamente temas de MegaDrive y CyberCorpse, entre otras bandas de
este género musical llamado; “retrofuturista”, e imagino la siguiente escena,
algo cotidiana, en este vasto terruño de polvo y arena llamado: Norte de Chile.
»Cada
domingo te diriges a la feria del agro
con tu familia para abastecerte con lo básico de la semana. Mientras tu pareja
te habla del aumento de “lanzazos” y “cogoteos”, y de cómo la pasta base cada
vez condena a los jóvenes convirtiéndolos en zombis, tu hijo; conectado casi de
forma umbilical a la tablet o computador personal, se envía constantemente links
de descarga con sus amigos, preferentemente; música y pornografía, bajo la
identidad de algún avatar nacido del cine o del comic. Como es costumbre, te
das una vuelta por la “feria de las pulgas” para ver qué cachureos puedes
encontrar: libros, herramientas, vinilos, vídeos cassetts, juguetes de antaño,
ropa americana y prótesis de segunda mano; como caderas, extremidades y espinas
dorsales, o cualquier tipo de tecnología a bajo costo. Cosas normales que tu “caserito
o caserita” predilecta obtiene de los llamados: Recolectores Rojos. Si tienes
suerte, por lo bajo, puedes encontrar el dato de alguien que haga trabajos de
cirugía, ya sabes; implantes a la carta o modificaciones express, aunque la
última vez no tuviste suerte, pues tu organismo no asimiló la prótesis biónica
del antebrazo derecho, rechazándola a los pocos días. La fiebre y los
estertores producidos por esta: mecha-infección
(por decirlo de alguna manera), te lanzaron a la cama por más de una
semana. Pero hace poco te dieron el dato que la caserita que se pone afuera del
agro trae “merca” de la buena, de los
sobrantes de hospitales… con suerte, de alguna marca tipo prime.
De esta
forma, Olcay nos entrega —a través de un oxidado USB conectado directo a la
médula—, cuatro potentes textos que nos muestran el fracaso como sociedad gracias
al abuso de la tecnología, la que como un carcinoma, consume a paso acelerado cualquier
vestigio de humanidad, con el fin de transformarnos en gigabytes, en simple “información”
reutilizable para la demanda del mercado —entiéndase el cuerpo del ciudadano
común y corriente como “materia prima” para el abastecimiento y requerimiento
de las familias bien, de las ABC-1, esas que viven soberanas sobre la costra
larga y angosta llamada; “patria”—, porque de palabras del propio autor, y como
eslogan corporativo que profetiza un fin inminente para nosotros, o sea, los borregos carne de cañón, nos dice: «la materia no se
crea ni destruye, se conserva». Así que, una vez aclarado esto, sumerjámonos de una vez por todas en la
imaginería de Olcay, y déjese llevar por la máquina, los circuitos y la violencia.
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